Puçol es una localidad valenciana que no llega a los 20.000 habitantes. En sus afueras, accesible mediante un camino recóndito, está el convento de la orden de las Carmelitas Descalzas. Su acceso lo conoce bien quien escribe estas líneas: pasé mi infancia y mi adolescencia echando viajes anuales al claustro para visitar a una tía abuela que ya falleció.
Las que fueron sus compañeras -sus hermanas-, once de las cuales nueve siguen activas, siguen ejerciendo como monjas. Claro que ahora es más fácil seguirles la pista: tienen una página de Facebook con más de 5.000 seguidores, una cuenta de Twitter y varios blogs. Incluso un canal de YouTube.
La de las Carmelitas en su convento es una historia de privaciones, pero la tecnología -con más ingenio para no tener que pasar por caja que lujos a medida- lleva mucho tiempo con ellas. Una visita a su sala capitular en reunión con las nueve monjas activas nos sirve para constatar que están más que al día.
Tradicionalmente, su gran vía de financiación -no gozan de subvenciones, “las monjas vivimos de nuestro trabajo”- ha sido la venta de las formas eucarísticas, más conocidas entre el populo como ‘hostias’, un negocio de capa caída. Una noticia en Levante-EMV tres años atrás dio la voz de alerta: la competencia china estaba fagocitando esta forma de sostener la vida en el convento.
Cierto en el fondo, la forma no fue del todo correcta: la verdadera competencia es la italiana y la polaca vendidas por tiendas como Domus o HolyArt, según nos explica Gema Juan, priora de este monasterio. “Lo de las hostias chinas al final fue un rumor venido a más de un señor que realmente no fue cierto”. Lo que sí fue real es el bajón de los ingresos, en torno a un 70% de caída, en muy poco tiempo hace unos años. “Perdimos a uno de los clientes principales, uno de Alicante que vendía muchísimo. Llegamos a estar un mes con las máquinas paradas”.